sábado, 27 de abril de 2013

2.336: AÑO DE LA PARUSÍA©



   Durante un sueño me fue revelado un código extraño, un código que me daría acceso al conocimiento más extraordinario que ser humano haya podido tener. Al principio no entendía de qué se trataba y qué debía hacer para poder descifrarlo. Busqué interpretarlo en lo complicado, pero no lo logré. Estaba inquieto y obcecado. Tan ciego estaba, que no me percaté que la solución era simple. La tenía delante de los ojos, grande y totalmente legible. Eran unos números. Cuatro dígitos ordenados en perfecta armonía. El misterio se había develado. Suspiré aliviado cuando en una amplia y moderna pantalla, muy semejante a la de los despertadores digitales, vi un número de cuatro dígitos consecutivos, todos de color verde, titilante e inconfundible. Sin error alguno leí en forma clara 2336. El simple número no me decía absolutamente nada. Aunque no entendía su significado, no dejaba de ser una incógnita. Embelesado y metido casi de cuerpo entero en el reloj del tiempo lo seguí contemplando satisfecho. No tanto por el número en sí, el cual tenía delante de mis ojos, sino por haber logrado encontrar un código que instantes antes, instantes que parecían interminables, se me había negado a la vista y a la razón.


   Olvidé contarles que durante el tiempo que permanecí sumergido en el reloj del tiempo había una mujer cerca de mí. Era rubia, muy rubia. Sin duda alguna la conocía muy bien. Sabía quién era. En tiempos pasados habíamos tenido una relación sentimental, pero ahora la relación era diferente, muy espiritual. Ahora ella muy afanosamente me ayuda a buscar el código, el código que me solicitaba el reloj del tiempo para seguir funcionando. Solícito le pedía que me ayudase a buscar el símbolo oculto. Que utilizase sus ojos, aún jóvenes, para hallar la respuesta que no podía conseguir con los míos, viejos y agotados. De repente creí ver unos borrosos números con letras intercaladas. Eran muy pequeños. Estaban arriba y a mí izquierda en el reloj del tiempo y cuando les fijaba la vista estos se diluían, se evaporaban en fracciones de segundos y no dejaban que los pudiese leer con claridad, mucho menos interpretarlos. Aparecían y desaparecían con la misma velocidad y borrosa intensidad. Desesperado levanté mi mano izquierda y con el pulgar traté de limpiar su opacidad, su velo, pero mientras lo hacían estos desaparecían aún más rápido. Lo seguí intentando varias veces. No me entregaba. Insistía sin descanso en mí desorientada búsqueda. De pronto, exhausto y desesperado, giré los ojos y allí estaba el titilante y claro 2336 esperando a que lo viese. Estaba enmarcado en un cuadrado nácar negro. Era el marco que lo sostenía en el tiempo y en el espacio.


   Lo estuve contemplando un buen rato. Aquél incógnito 2336 no me decía nada. Absolutamente nada. Sólo era un número, grande y titilante. De pronto, mientras lo observaba vino a mi memoria la palabra parusía. ¡Qué ése sería el año de la segunda y gloriosa venida de Jesucristo a la Tierra, o sea la parusía! Con ese pensamiento rondando mi sueño desperté. Dudas e incertidumbre cabalgaban como corceles en fuga entre los pliegues de mi cerebro. ¿Qué querría significar aquél extraño número? ¿Era una revelación? ¿Un indicio de lo que ocurrirá en el futuro cercano?.. No lo sé, simplemente no lo sé.
   Días antes de mi revelador sueño, tal como lo he venido haciendo todas las mañanas durante los últimos años, estuve leyendo pequeños párrafos de la Biblia, a veces en forma aleatoria, otras todo un evangelio continuo, pero en pequeños trozos. Mi lectura siempre es corta y rápida, pero no por ello deja de ser profunda y reflexiva. El día antes de mi revelador sueño leía la segunda carta de san Pablo a los tesalonicenses, donde el apóstol y evangelista escribe sobre la segunda venida de Cristo.


   Después de despertar y durante parte de la mañana pensé en el sueño que había tenido y en aquel número que se había tatuado en mi memoria de tal forma que parecía no querer abandonarme nunca. En mis pensamientos había cierto desconcierto. A fin dar por terminado con aquello, tomé la Biblia y me puse a releer el capítulo 2 de la segunda carta de san Pablo a los tesalonicenses. Esta dice: Hermanos, respecto de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con Él, os rogamos que no os dejéis tan fácilmente impresionar ni os alarméis por supuestas revelaciones, palabras o cartas que os induzcan a pensar que el día del Señor es inminente, por más que se os diga que son nuestras. Que nadie os engañe en modo alguno, porque antes ha de venir la apostasía (o sea el abandono de la fe cristiana, el rechazo y negación de la fe y el bautismo) y ha de aparecer el hombre de la iniquidad, el destinado a la perdición, el adversario, que se levantará contra todo lo divino y todo lo que tenga carácter religioso, hasta llegar a sentarse en el santuario de Dios (se refería al anticristo, que no es otra cosa que una fuerza de orden moral guiada por Satanás).

   No sé qué interpretación darle a todo esto. En mí sueño se reveló el vocablo parusía, o sea el momento de la segunda venida a la Tierra de nuestro señor Jesucristo. ¿Será esa la fecha? No lo sé. Quizás sólo fue un sueño, quizás una simple pesadilla. No lo sé. Quizás podría ser una premonición, quizás una revelación. No lo sé.
Diego Fortunato©

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