martes, 9 de febrero de 2016

¿QUÉ PIENSAN LOS ZANCUDOS?


  

   Bajo la premisa de que todo piensa, abordaré esta fascinante realidad. O sea, cuando digo todo es todo. Hasta el mundo, el planeta Tierra, las piedras, un granito de arena, las montañas y las nubes piensan, porque en el universo todo está vivo, en movimiento y constante evolución, tal como lo expuse en mi Evangelio Sotroc publicado bajo el título El pensamientos de las cosas inanimadas. Por tal motivo, no es disparatado afirmar que los zancudos, esos insectos molestos que andan por doquier por miles y miles de billón de billones por el mundo, también piensan.
   Antes de proseguir debo aclarar muy bien, según me ha sido revelado, que el pensamiento no es atributo exclusivo de los seres humanos. Los animales piensan, las bacterias también. Si la ciencia no ha tenido la capacidad de descubrirlo y menos de interpretarlos, no significa que no piensen.
   El zancudo, cuyo nombre científico es Culicidae, o sea culícidos, es una familia de insectos pertenecientes al orden de los dípteros. Incluye, entre otros, los géneros de los AnophelesOclerotatus, PsorforaCulisetaCulex tarsalisSabetesHaemagoggus y el mortal y virulento Aedes. En total existen unos treinta y cinco géneros con más de 2.700 especies reconocidas. Son insectos voladores, cuyo tamaño en los adultos varía de especie a especie, pero rara vez superan los 15 mm. Como se sabe, las larvas se desarrollan en el agua.
                      


   Para seguir siendo un poco didáctico, también acotaré que el culícido, o sea el zancudo, es uno de los insectos, junto a la cucaracha, más inteligentes del planeta y a esa inteligencia se debe, precisamente, su subsistencia desde el principio de los siglos. Desaparecieron los dinosaurios y grandes y avanzadas civilizaciones, pero ellos sobrevivieron a todo cataclismo universal. ¿Por qué? Por su capacidad de adaptación, inteligencia y camuflaje. Tanto, que apenas necesitan menos de un centímetro de agua y una micro gota de sangre para reproducirse.
   El zumbido de un zancudo, por ejemplo, lleva implícito un pensamiento. Su vuelo también. Apenas les toma instantes en pensar y decidir si picarte y dejarte el escozor de su picada o no. Es una decisión propia, de su naturaleza. De esa picada depende su propia subsistencia y la de su especie. Y no solamente piensa uno, sino dos, en conjunto, porque comúnmente atacan en pareja de macho y hembra, que es la que realmente pica mientras el macho distrae con su zumbido a la víctima. ¿No es eso inteligencia? ¿No es eso pensamiento compartido y estrategia pensante? ¿Cómo podrían ponerse de acuerdo macho y hembra para lograr su cometido si no es con la transmisión, telepática o no, de su pensamiento?
    

  
   Aunque el ser humano los aborrezca por los virus y enfermedades que transmiten con su picada, ese acto está absolutamente justificado porque se debe única y exclusivamente a su supervivencia. La ínfima porción de sangre que nos extraen las hembras sirve para alimentar a sus larvas, a sus bebés, para que puedan crecer sanos y fuertes y, muchas veces, en ese acto de extremo amor maternal dejan sus vidas. Al depositar la sangre en el agua donde están sus críos (las larvas), la mamá zancuda virtualmente se inmola, se echa a morir, para que sus hijitos absorban todas las proteínas de su flacuchento cuerpo. Un acto de verdadero y misericordioso amor maternal. ¿Lo hacen instintivamente o piensan antes de concretar el sacrificio? ¿Han sabido ustedes de alguna mamá-zancudo arrepentida de su inmolación?


   Los zancudos piensan y piensan muy bien y claramente. Ha sido tal su evolución a través de los siglos, que llegaron a desarrollar un programa sumamente avanzado y sofisticado de protección y estrategia hacia la subsistencia. El minúsculo y delicado mecanismo comienza a funcionar cuando el zancudo nos pica para extraer de uno de nuestros poros la sangre necesaria para su reproducción. En ese instante, y en sincronía con la picada, utilizando un sistema de bombeo incorporado en su cuerpo, el mosquito inocula dentro de nuestra piel su saliva, la cual es altamente ácida e irritante. Al rascarnos se activa una especie de alarma en un radio de cinco metros a la redonda, la cual emite un haz de señales infrarrojas a través de las que sus otros compañeros de safari detectan con precisión milimétrica nuestra ubicación para volvernos a picar y extraer más sangre. Esa señal es parecida a un código secreto zancudiano que traducido al lenguaje humano podría descifrarse de la siguiente manera: Vayan allá. Ese imbécil está profundamente dormido. ¡Es pan comido! Definitivamente, y pese a que los zancudos tienen un cerebro microscópico, ese es un acto de suprema inteligencia que involucra el pensamiento.

   El zancudo también pensaba durante los siglos pasados. Su primer peldaño evolutivo fue lograr sobrevivir con poca agua y microscópicas gotitas de sangre. El segundo, el del camuflaje y desplazamientos. Su color negro vidrioso es casi imperceptible sobre superficies oscuras o polvorientas. Su trabajo en pareja (hembra, que es la que pica y macho, que es el que emite el zumbido para distraernos) es de una connotación y técnica de un pensamiento armónico y depurado. El tercer peldaño de su evolución fue, sin duda alguna, la hábil forma de volar, la cual no se ha podido imitar siquiera en los laboratorios científicos de la más alta tecnología. Su peculiar manera de desplazarse con la ayuda de las corrientes de aire es de precisión irrefutable, igual que su método para absorber y utilizar la onda calórica emitida por nuestras manos cuando “las aplaudidos” para tratar de darles muerte. Los zancudos se deslizan sobre ellas como si fuesen surfistas en el mar. Me imagino que en sus rostros esbozarán una burlona sonrisa, si bien a veces perecen en el intento.
   Aunque no tienen visión de rayos equis, los zancudos están dotados de un receptor de alta densidad en sus cerebros que les permiten saber por dónde y cuándo penetrar en una casa u oficina, aunque esté casi completamente sellada o cerrada. Buscan y esperan pacientemente el momento oportuno y lo logran. Y eso que algunas especies de hembras apenas viven tres o cuatro día. Por tal motivo y a fin de no perecer sin antes haber logrado su reproducción, tienen que actuar rápido y ser quirúrgicamente precisos. De ello depende la subsistencia de la especie y cómo lo han logrado, ya que se cuentan en miles de billones de billones sólo en apenas cientos de kilómetros cuadrados. Por eso piensan y luego actúan. Su dogma existencial debe ser Pienso y viviré por siempre. De tal manera, su pensamiento primario se centra en preservar la especie.
   A veces su actuación en masa es vital para muchas especies de grandes mamíferos, como el Caribú, en Canadá. De los zancudos, quienes los atacan por miles de millones a la misma vez, depende su migración y aparejamiento, ya que a fin de escapar de sus molestas picadas las manadas se desplazan hacia zonas altas, gélidas y en ruta de buen pasto. Si diariamente los miles de millones de zancudos no los picasen, es posible que esa especie estuviese por extinguirse. Al guarecerse hacia zonas muy frías, el Caribú evita la persecución de los zancudos, que no resisten altas temperaturas, y logran su período de acoplamiento en paz. Se estima que son tantas y tan seguidas las punzadas de los zancudos a los Caribú, que en un sólo día pueden extráeles hasta tres litros de sangre de sus cuerpos.
   Todo esto conlleva un pensamiento metódico y planificado de antemano. Es tanta la evolución de los zancudos, que en sus propios laboratorios de Zancudilandia han logrado sintetizar fórmulas químicas muy avanzadas para soportar, burlarse y hasta reírse de los pesticidas actuales, a los cuales se han adaptado con suma facilidad. ¿Cómo lo hacen? A través del pensamiento vital que les proporciona el trabajo en grupo para obtener su subsistencia.
   ¿Logrará el hombre algún día superar y vencer esa fuerza vital? ¿Podrá alguna vez aniquilarlos? Es posible, pero sólo cuando los superen en pensamiento, decisión, habilidad, amor y paz interior y eso está muy lejos de ser una realidad. Quizás se alcanzará cuando la humanidad logre albergar suficiente misericordia en sus corazones para poder amar al prójimo como a sí mismos, tal como lo hacen los zancudos. Entre los zancudos, pese a ser una “civilización” mil millonaria, no hay guerras porque viven en armonía, amor y paz absoluta. Esa armonía la obtienen amando a su prójimo-zancudo como a si mismos. ¡Qué utópica ilusión para los humanos!


Este microensayo forma parte del libro EVANGELIOS SOTROC




Diego Fortunato




www.evangeliossotroc.blogspot.com