jueves, 16 de septiembre de 2010

UN METEORITO ORIGINÓ LA VIDA EN LA TIERRA©



   Un simple meteorito no más grande que una manzana originó la vida en la Tierra hace miles de millones de años. No hubiese sido jamás posible, pero gracias a un magnífico capricho de la naturaleza pudo acontecer el milagro. El meteorito, del cual toda la especie humana, animal y vegetal es originaria, formaba parte de un gran asteroide que vagaba en el espacio y que al ser atraído por el campo magnético de la Tierra estuvo durante milenios gravitando primero en la orbita de la Luna y luego alrededor de nuestro propio planeta como si fuese una segunda pequeña Luna con una masa no más grande que 330 kilómetros cuadrados. Poco a poco y debido a la fuerza del campo magnético de la Tierra esa segunda Luna, a la que llamaré Soid, debido a su forma de orbitar oblonga se fue ovalando hasta llegar a un punto que perdió toda su forma convirtiéndose en materia amorfa. Así duró muchos miles de años más en la estratosfera circunnavegando la Tierra hasta que un buen día fue atraída definitivamente por la fuerza de gravedad de nuestro planeta. Cómo un bólido de fuego, a una velocidad de más de treinta y tres mil kilómetros por hora, perforó nuestra atmósfera y comenzó su vertiginoso recorrido “a la vida” absorbiendo a su paso, y en su caída, nitrógeno, helio, gases nobles, hídrido carbónico, ozono y oxígeno.


   Su gran y amorfa masa fue desintegrándose a medida que se alejaba de la magnetosfera y se acercaba a la Tierra. El mayor pedazo de Soid (el asteroide) se convirtió enseguida en miles de millones de meteoritos de diferentes formas, peso y tamaño. El pedazo más grande cayó en lo que es hoy el Mar de Japón, despedazando en cientos de pedazos (de allí sus más de seis mil ochocientas islas) lo que hoy conocemos como Japón, que en aquel entonces no era un archipiélago sino parte de la actual Corea (las dos) Mongolia y Rusia, en el continente asiático. Uno de los meteoritos, el cual era un fragmento del centro o corazón de Soid, por prodigiosa casualidad cayó en un pantano muy diluido y se enterró hasta su fondo, a casi cien metros de profundidad, frente al Golfo de Aqaba, en el Mar Rojo, muy cerca de lo que hoy constituyen las penínsulas de Sinaí y Arabia Saudí. El pedazo de meteorito, no más grande que una manzana y parte del Corazón de Soid, estaba cargado de microbacterias, las cuales sobrevivieron a la fricción y calor extremo del ingreso a nuestra atmósfera. Durante los cientos de miles de millones de años que Soid vagó por el universo después del big bang y durante el tiempo que gravitó primero nuestra Luna y después la Tierra, la gran mayoría de la vida microscópica que albergaba en su masa, en su mayoría microbacterias y detritos de polvo de estrellas que tenían vida, fueron muriendo y desapareciendo. Otras acostumbrándose a subsistir en esas condiciones tan adversas gracias a sus moléculas ionizadas. Y muchísimas otras migaron y buscaron refugio en el Corazón de Soid, donde hacían vida y se reproducían. Muchas de esas microbacterias y polvo de estrellas con vida microbiana ricas en hidrógeno, fueron evolucionando en el pantano del mar Rojo, donde cayó, y poco a poco fueron adaptándose a las condiciones terrestres y al oxígeno, el cual absorbían del agua. Sus condiciones vitales y reproductivas fue mejorando a través de los años y al fin, cuando estaban listas, emergieron creando vida, primero unicelular y después pluricelular.


   El polvo de estrellas de donde descendemos los humanos y toda vida sobre la Tierra fue evolucionado hasta llegar al bacter sapiens, o sea bacteria con sabiduría o entendimiento. De allí, en el transcurso de 333 millones de años o más, pasó a ser homo bacter. O sea que la bacteria con sabiduría evolucionó a hombre-bacteria, u homo bacter y de allí a homo sapiens. El resto es por todos conocido y bastante parecido a la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, pero con ligeros y substanciales cambios que no es el momento ni el espacio de explicar ahora.


  Esto ocurrió cuando Pangea, el supercontinente formado por la unión de todos los continentes actuales, fuesen separados por el movimiento de las placas tectónicas y tomaran su aspecto actual, el cual no será el definitivo, porque dentro de miles de millones de años volverán a unirse formando los que denominaré Alfacenit, el centro de todos los mares y océanos.



   La evolución y transición de la bacteria hasta llegar al hombre, el humano, no fue nada simple. La primera bacteria comenzó a tener pensamientos, razón, alma y capacidad de reproducirse en forma cosmogónica y cromosómicamente ordenada hasta transformarse en el homo bacter, el primer eslabón genéticamente apto para dar el salto hacia el hombre primitivo.
  Todo, toda la historia del origen de nuestra vida en la Tierra, está escrita en nuestro ADN. Sólo falta decodificarlo. Cuando lo hagan, de seguro encontrarán vestigios de polvo de estrellas en nuestro genoma y, si buscan un poco más al fondo, trazas del Corazón de Soid.

© Diego Fortunato

diegofortunato2002@gmail.com




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