martes, 29 de mayo de 2018

LOS NIÑOS LUZ

 




  Posiblemente algunos ya están entre nosotros y no nos hemos dado cuenta todavía. No obstante, sus nacimientos pronto se multiplicarán por todo el orbe y la evidencia de su existencia no podrá ser escondida o contrariada. Serán tantos, que podrán ser reconocidos fácilmente. La luz en torno a su bondad y paz los hará visibles a todos. Irradiarán luz y comenzarán a ser llamados los Niños Luz, seres casi divinos que surgirán sobre la tierra con una única y sublime misión: conducir a la humanidad hacia la Tierra Nueva. Hacia una concepción más espiritual y menos materialista del mundo. Buscarán convertir al hombre, a todos los que habitan la Tierra, en seres más humanos… Más piadoso y misericordiosos, desechando de sus mentes y espíritus el instinto voraz y depredador que alberga en su ser.

Los Niños Índigo y Cristal fueron los pioneros. Los encargados de abrirles el camino a los Niños Luz para que el impacto de su presencia sea menos perturbador y más aceptable.
Los Niños Luz, que por muchos serán llamados Elegidos de Dios, son seres de sensibilidad casi divina, muy parecidos a los que nosotros creemos son los ángeles que moran en el cielo. Poco a poco, muy despacio y con acciones ejemplarizantes, irán reeducando, en todo el estricto sentido de la palabra, a la humanidad hacia la vida espiritual. Le irá despertando al hombre el hemisferio del cerebro donde anida su espiritualidad, adormecida hace milenios.
Como anunciamos en otro Evangelio Sotroc (ver EL ALMA DE LOS MUERTOS VAGA POR EL ESPACIO), los Niños Luz son seres de una inteligencia espiritual súper avanzada, ética y moralmente alejados de los principios materialistas que desde hace muchos siglos están acabando con el verdadero sentido de vida del ser humano.
Los Niños Luz nacerán por todo el planeta. En cualquier país o rincón del mundo y serán concebidos en el vientre de cualquier madre común y corriente, y por nada especiales. En apariencia, serán iguales a los demás niños, pero la Providencia Divina los dotará de mentes muy evolucionadas. En sus nacimientos no habrá ninguna discriminación o privilegio y toda mujer podrá gestarlo sin importar su pasado o presente.


Su denominador común y motivo de existencia es transformar la esencia del hombre para conducirlo a la Tierra Nueva siempre imaginada, donde imperará el amor, la igualdad, libertad, paz y justicia más absoluta.
Desde tiempos inmemoriales San Juan lo reveló en forma clara en el capítulo 12:36 de su evangelio. Mientras tenéis luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz, escribió haciendo referencia no sólo al poder divino de Dios sino también como un anuncio de la vendida de los Niños Luz sobre la tierra. En la Biblia hay muchísimas alusiones al respecto.


En la novela La Estrella Perdida igualmente se deja evidencia de que esto sucedería: “…No terminó de decirme el asunto de Los Elegidos. Usted habló en la reunión de un supuesto Evangelio inédito de San Juan y del actual capítulo 12:36, donde se habla de los hijos de la luz y del papiro trascrito por el profesor Gagliardi que dice como testigo fiel el cielo, nacerán con aura de cristal los nuevos ungidos. El día que el sol ilumine delante de mí serán esparcidos por toda la Tierra”.
Sea como sea, una cosa es inobjetablemente cierta. Los Niños Luz nacerán sobre la tierra, tal como ya hace bastantes años comenzaron a nacer los Niños Índigo y los Niños Cristal. En aquel entonces, alrededor de ellos se tejieron un sin número de especulaciones y muchísimas descalificaciones y “maldiciones”. Entre otras cosas se les consideró de desadaptados, de niños excepcionales con problemas de conducta y hasta mentales. Nada más lejos de la verdad. Hizo falta un buen tiempo para que psicólogos y estudioso comprendiesen y revelasen al mundo su verdadera naturaleza e inteligencia superior.



Al inicio sucederá lo mismo con los Niños Luz y con quienes certifiquen sus dones divinos.
La realidad es que ya están aquí. Se han comenzado a mostrar muy despacio a fin de evitar alboroto innecesario a su alrededor. Su intención no es crear alarma, sino llevar a la humanidad hacia un nuevo amanecer. Un mundo nuevo, totalmente espiritual alejado de la codicia, ambición y las guerras producto del voraz materialismo que está destruyendo y envileciendo al hombre. Conducirlo hacia una Tierra Nueva donde imperará la justicia y cuya única meta de existencia será el amor al prójimo.
La Tierra Nueva se convertirá en un bloque homogéneo constituido por todas las naciones de nuestro planeta. Será un único país. Las fronteras dejarán de ser las líneas imaginarias que dividen estados y se convertirán en una triste remembranza de la codicia y afán de conquista y sumisión del hombre.
En fin, veremos el nacimiento de un mundo sin odios y rencores. Sin maldad ni egoísmos y apartado de toda violencia. Una Tierra Nueva llena de paz y amor, donde la verdad y la fe serán los principios más absolutos del ser humano. Donde no existirán las desigualdades sociales y la pobreza apenas será el triste recuerdo de una civilización déspota, sanguinaria y cruel.
El día está cercano. Próximo… Más de lo que imaginan. Sólo hay que esperar. ¿Será tu hijo un Niño Luz?... ¿Lo estarás concibiendo en este instante?... Estará naciendo alguno ahora…

  
© Diego Fortunato


lunes, 21 de mayo de 2018


TEORÍA DEL HOMBRE BACTERIA©


   
No es una especulación. Mucho menos una fantasía. Siquiera una teoría sino una realidad pero, por ahora, la llamaremos teoría a fin de no apesadumbrar a la humanidad más de lo que está. No queremos llevarla al límite de su resistencia y comprensión. Eso sería un fuerte shock para su debilitada psiquis colectiva y muchos no lo resistirían. No es intención de este Evangelio Sotroc alarmar a la humanidad, menos causarle angustia y tristeza. Pero no podemos mentir y obviar esta realidad, ya que la verdad será el único principio moral que regirá en la Tierra Nueva, la Tierra que está por venir. La Tierra del renacer del hombre y que pronto todos podrán disfrutar. Por eso, en honor a esa verdad absoluta, tengo y así me fue ordenado, que revelar la Teoría del Hombre Bacteria.

       ¿En qué nos diferenciamos de una bacteria?... 
¿En su horrible fealdad o en su tamaño?

 El asunto es tan simple que no merece mucha explicación. Está “a la vista” y es comprobable científicamente. Quien se resistirá y seguirá resistiéndose por milenios a cualquier evidencia que se presente sobre la verdadera identidad del hombre, su procedencia y ubicación en el universo, es la incrédula humanidad, aunque algún día tendrá que asumir su indiscutible esencia. Es inevitable. Se resistirá por mucho, muchísimo tiempo más, pero inexorablemente tendrá que aceptar la realidad. No tan triste, sino reveladora, aunque al principio la abrumará.


 El ser humano, que en su soberbia e irracional prepotencia se cree el Rey del Universo, es apenas una bacteria estelar. Quizás menos, mucho menos.


  Si se toman sólo un par de minutos para reflexionar, pensar en ello, se darán cuenta rápidamente y en forma clara y contundente que el hombre es una simple bacteria estelar. Corrijo: una microscópica e insignificante bacteria que de tanto vagar y viajar sin rumbo ni destino por el universo, “anidó”, por así decirlo, en este planeta que llamamos Tierra. Somos sólo eso. Nada más. Todos y cada uno de nosotros y todas las generaciones, venidas o por venir. Para corroborarlo en un abrir y cerrar de ojos sólo visualicen en su mente el pequeño sistema solar que nos aloja, que da cobijo a la Tierra y demás planetas. Es mínimo. La Tierra, en comparación con el infinito universo no es nada. Apenas un grano de arena… Siquiera una Roca Estelar, como la califican algunos científicos.


Comparados con el Sol, nuestros planetas son apenas pequeñas canicas.



 Volviendo a nuestros “lares”, a nuestro hogar planetario, si cotejamos a Júpiter con la Tierra, nuestro planeta es mínimo. Es como colocar una pelota de golf al lado de un balón de básquet. Hasta allí todo podría estar bien ya que la diferencia de tamaño no es alarmante. Pero si hacemos el mismo parangón con nuestro propio Sol, diez veces más grande que Júpiter, la diferencia convertiría a la Tierra en una simple moneda de un cuarto de dólar y al Sol en un superbalón playero. La relación no es todavía inquietante. Ahora, si lo comparamos con nuestra galaxia, el planeta Tierra ya sería más pequeño que un grano de arroz y si el balance de tamaños de unos con otros lo hacemos con cualquiera de las otras galaxias que pululan nuestro universo, la Tierra, nuestro hogar, simplemente desaparecería y sólo podría verse con un súperpotente microscopio, léase bien, microscopio estelar, tal como si se tratase de un diminuto microbio, o algo mucho más pequeño. La semejanza es válida. En ese mismo ritmo de comparaciones, nuestra galaxia, la Vía Láctea, con todos sus miles de millones de sistemas solares muchísimos más grandes que el nuestro, apenas se vería como un deslucido punto en el espacio y si seguimos con los cotejos, también esos gigantes cósmicos desaparecerían del mapa del universo, tal como lo harían casi todas las otras galaxias.


Con esbozar sólo estos domésticos ejemplos y semejanzas, creo que está ampliamente explicada e ilustrada nuestra relación con el universo. En resumen, si el tamaño del planeta Tierra en comparación con todos los demás astros, galaxias y masas planetarias del universo no es nada, siquiera un minúsculo grano de arena, los miles de millones de seres humanos que la habitamos no podemos ser más que microscópicas bacterias. Eso sí, bacterias pensantes y racionales que en su ADN poseen un alto coeficiente dirigido hacia la construcción y, lamentablemente, debido a algunas desviaciones cromosómicas, algunas encaminadas hacia la destrucción. Sí, míseras bacterias comunes. Apenas nos distinguimos de otras inferiores porque tenemos conciencia. Sabemos qué, cómo, cuándo, dónde y porqué hacemos las cosas. Tenemos pleno conocimiento de ello. No se desanimen. Todavía seguiremos poblando nuestra Pequeña Roca estelar por milenios. Ser simples bacterias es lo más optimista que nos pudo ocurrir. No es algo tan malo. De repente no somos siquiera eso. ¿No lo creen?


©Diego Fortunato