¿Quién, qué y porqué estableció que los animales no tienen alma? ¿La Iglesia o quién? Y cuando digo la Iglesia me refiero a cualquier Iglesia o religión. ¿A quién se le ocurrió tamaña idiotez? ¿A los herederos del oscurantismo de misioneros católicos que cuando llegaron al Nuevo Mundo afirmaron que los aborígenes eran animales sin alma? Aunque después de meditarlo mucho y por pura conveniencia de la Iglesia Católica, debido a que serían utilizados como esclavos (que es lo mismo que burros de carga) de la colonia, rectificaron y dijeron pues sí, sí tiene alma y punto cerrado. Qué fácil fue otorgarle, como si se tratase de un Bula Papal, alma a los aborígenes americanos que, por supuesto tenían alma y eran mucho, pero muchísimo más puros y dignos, que sus conquistadores y colonizadores españoles. Un facilismo tan brutal como el que ha signado desde el principio de los siglos a la Iglesia Católica. Y, lo peor, siempre para mal de la humanidad. Como el cuento aquel de La Inquisición que sólo sirvió para perseguir y aniquilar judíos, árabes y todo aquel que no comulgase con su oscurantismo supino y criminal. Pero dejémoslo hasta aquí. La intención de esta nuevo Evangelio Sotroc no es juzgar a la Iglesia Católica ni a nadie sobre la Tierra y el universo, sino ilustrar. Abrirles un poco los ojos a los humanos.
Lo cierto es que no sólo los animales tienen alma y pensamientos propios, sino también todas las formas de vida que hay en el universo, excepto las piedras, arena, polvo, guijarros, rocas y todo lo que se le asemeje, los cuales tienen exclusivamente pensamiento pero no alma, aunque últimamente se les está moldeando una forma de alma rudimentaria.
Es más. Me ha sido autorizado revelar que no sólo los animales tiene alma y piensan igual que nosotros pensamos, sino que tienen su propio Paraíso, que es el mismo Edén al cual muchos humanos creen que alcanzarán después de la muerte si su comportamiento en la Tierra fue signado por el amor, misericordia y paz.
A los hombres del planeta Tierra, carnívoros depredadores por excelencia, les diré, y esto lo reafirmo con mayor fuerza a los que cometen pecado de gula, que cuando están comiendo pollo, un pedazo de carne de cerdo, res o pescado, recuerden que están ingiriendo el cadáver de un ser-animal que tiene alma y que al sacrificarlos para poderles alimentar, truncaron todos sus sueños animales de una mejor vida, de un mejor proceder y de un camino pleno de esperanza y felicidad. ¡No se rían! Esto es serio y no saben cuán serias son estas revelaciones. Por ahora podrán reírse a mandíbula batiente, pero dentro de apenas cuatrocientos años, cuando la población mundial supere los treinta y tres mil millones de habitantes, esta pequeña y depredada nave especial que llamamos Tierra, habrá dejado de reírse porque la risa será sólo un efímero recuerdo incrustado en la memoria, en su ADN. En ese entonces, en apenas cuatrocientos años más, que en el tiempo cósmico son apenas fracciones de segundos, sólo habrá tristeza y desolación. El bien más preciado será el agua y los animales que utilizábamos para saciar nuestra atroz hambre, habrán desaparecido de la faz de la Tierra. De igual forma lo hicieron los demás animales. Unos perecieron debido a nuestra depredadora cacería, otros de hambre y sed. En ese entonces muy cercano, tan cercano que es posible palparlo, tampoco habrá siembras ni bosques y nuestra insignia a la salvación y a la añorada Tierra Nueva será una espiga de trigo. Débil en su apariencia, pero fuerte e indestructible en su contenido espiritual. Será el símbolo de paz de la Tierra Nueva y su dorada forma ondeará en el centro de nuestras banderas blancas. Sólo habrá una bandera y una única nación unida en paz. Pero antes de que ello acontezca, muchas lágrimas serán derramadas sobre la Tierra. Otros lúgubres sucesos acontecerán antes de que florezca la Tierra Nueva, pero, por ahora, me es prohibido revelarlos.
©Diego Fortunato
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