jueves, 27 de mayo de 2021

EL DIABLO SE VISTE CON EL COLOR DEL DINERO©

                         

   Durante milenios han tratado de descifrar esta paradoja. Nadie ha podido o, mejor dicho, nadie ha querido o se ha detenido a descifrarla. No han querido porque sería o es casi imposible librarse de esa seducción. De la seducción que lleva implícita el dinero. Sería como un autosuicidio, tal como dijo una vez un astuto político a fin de magnificar irreverentemente el significado de la  palabra.


                        

   El dinero no representa un simple papel moneda. Conlleva la carga de todas las aberraciones y maldad humana, arrastrando tras de si un infinito tren perverso y diabólico lleno de codicia, envidia, voracidad, ambición, rencor, odio, maldad, frustraciones, deseos, crímenes, violaciones, culpas, delitos, asesinatos, guerras y todas las demás viles pasiones imaginadas e inimaginables. Por ése y otros motivos el dinero es nido y morada de Satán y sus huestes infernales.


   Que otros pensadores no lo hayan querido decir o escribir antes que yo con diáfana claridad, no es nada nuevo. No obstante, siempre se ha dicho. Se ha dicho desde el inicio del hombre. La revelación existe hasta en los pasajes bíblicos. Se ha dicho, y mucho, entre labios. Entre la gente. Ricos o no. Se ha susurrado en sueños. Todos lo saben. Saben que es satánico porque la idea del amor al dinero vive, al igual que el Diablo, en el inconsciente colectivo. Está en el ADN humano desde el principio de los tiempos, pero todos han evadido el tema para no desprenderse de su diabólica influencia. Han obviado, ex profeso, un análisis profundo y real sobre su mortal peligro. Les conviene a sus maléficos intereses ocultar que el dinero es peligroso, mortal. Tanto para el que lo posea, como para el no lo tenga y desea. Es el camuflaje de Lucifer y está metido hasta en las Iglesias, en la Santa Sede y donde menos uno se lo espere.
   Hoy en día que la humanidad, no el mundo, que quede bien claro, está más putrefacta que nunca, el Diablo está feliz. Ha triunfado sobre la debilidad humana. Sobre su voracidad y deseos de poder y fortuna. Hoy en día el Diablo se viste de gala con el color del dinero. De todos los dineros del mundo. Ése es el arco iris del demonio. Es el arco iris de la maldad incondicional.
   Muchos pensadores admiten que en el dinero está representado Satán, pero callan porque no saben cómo abatir el daño que hace sin llevarse por delante al progreso de nuestra civilización y a todos los “obreros del dinero”, o sea a los que su motivo de vida es amasarlo y disfrutar de su maldad. Las naciones, las grandes naciones, los imperios saben que el Diablo está infiltrado en su dinero, en su papel moneda, que ese es el camuflaje perfecto de Satán para derrotar al espíritu humano. Por ello han tratado, muchos en vano y otros con muy exiguos resultados, introducir en el diseño de su papel moneda símbolos divinos, espirituales y celestiales. Han utilizado los conocimientos y auspicios de sectas a fin de combatir el demonio que ha penetrado tanto en sus billetes como en las monedas. Han buscado asesoramiento de religiosos, espiritistas, astrólogos, quirománticos y hasta del más allá. Desde el inicio de su hermandad espiritual, los Masones se han especializado en el diseño de los símbolos que deben llevar siempre impreso el papel moneda. Unas naciones los han adoptado. Otra no. Recuerden el triángulo, que representa al Espíritu Santo y al ojo, que es la mirada de Dios, quien todo lo ve y controla.



   También hay gobernantes muy perversos que son discípulos de Satán. Estos hacen todo lo contrario de los gobernantes de naciones devotas y religiosas. Ordenan imprimir en sus billetes y monedas símbolos, emblemas y figuras demoníacas y oscurantistas a fin de complacer al demonio. Y el demonio entonces los complace a ellos preservándolos en el poder por muchos, pero muchos años, bajo su guía y mandato. Por eso es que otros estudiosos del tema no han querido decir nada. No sólo temen por sus vidas o de perder sus pertenencias y dinero. Temen, más que nada, a la venganza de Satán. A una muerte despiadada y cruel, que de ninguna forma sería de forma casual o accidental, sino demoníaca y por sus propias manos, las manos del analista estudioso que, a la postre, serían las manos invisibles de Lucifer. De esa forma, obligando al suicidio al pensador, Satán logra su venganza al tener por siempre su alma en el infierno.
   Yo me he atrevido a contar algo de esta historia por designio y protección divina. Me fue asignado decirlo y así lo estoy cumpliendo. No tengo miedo por que mi alma fue despojada de temor humano o infernal. Mi misión no es sólo revelar lo ya sabido a través de los siglos, sino advertir que el fin de la humanidad podría estar cerca, muy cerca en tiempo y espacio con relación al tiempo cósmico, si no se cambia la actitud hacia el dinero. No hace falta quemarlo o destruirlo para eliminar el hechizo demoníaco, sino sólo voluntad, ideas y actitud. No hay ver al simple papel moneda como un elemento de poder y codicia, sino como un instrumento, muy útil por cierto, para cambios y transacciones. No hay que almacenarlo, adorarlo ni venerarlo. Quien lo hace, de esa forma está vendiendo y entregando su alma al Diablo en bandeja de fuego y muerte. El dinero nunca ha brindado la felicidad, aunque si un relativo bienestar y efímero poder, que en sus cinco letras encierra todo el crimen conocido y desconocido por la humanidad y su perversa mente.
   El que tenga dinero no deberá botarlo ni quemarlo sino transformarlo en bienes que contrarresten el mal diabólico. Un primer paso para lograr esa transformación es la elevación del espíritu humano al adquirir con el diabólico papel, alimentos para los miles de millones de seres humanos que padecen y mueren de hambre en el mundo. Satanás se ríe al ver y sopesar la codicia y ceguera del género humano, que de humanos tienen apenas el nombre, porque ante su indiferencia cruel no ven, ni les interesa saber, que cada segundo que pasa mueren de hambre miles de seres inocentes, en su gran mayoría niños que no han llegado siquiera a los dos años de edad. En un día miles. Es indolencia perversa y maligna.

 
              
                                
   El segundo paso que se debería dar para transformar ese dinero en misericordia, sería, en principio, construirle hogares a los desposeídos, estén donde estén. Hasta el último confín del mundo donde hubiese un alma en miseria. A partir de allí, reunirlos en comunidades, pueblos o ciudades y educarlos hacia el amor y el trabajo. Enseñarles a valerse con dignidad por sí mismos. Así, los siguientes pasos hacia la verdadera civilización del ser humano serían menos escabrosos y arduos.

               
   Hay que insistir, y esto es clave, en la educación. Es el quid de todo.
   El sendero hacia la compasión llevará a la humanidad a utilizar ese papel perverso en educar al que vive en la oscuridad del conocimiento. También se debe transmutar ese documento maligno de su estado demoníaco a un estado bendito con la construcción de hospitales, formando médicos y donando grandes sumas a instituciones de investigación científica que buscan mejorar la calidad de vida humana. En fin, hay muchas formas de convertir el mal en bien. Incluso nuestro planeta Tierra dejaría de recalentarse con tantos demonios que nos han invadido. Esa es la verdadera invasión a la que tenemos que temer. No a los seres de otros Mundos Paralelos, los cuales están purificados. Sólo algunos de ellos están tan diabólicamente contaminados como la Tierra.


   Hay que estimular la conciencia de todos los gobernantes y países del orbe para que se unan en esta titánica lucha contra el maligno. Una de las claves para derrotar a Satán es creando un único y verdadero papel moneda en el cual, por partes iguales en tamaño y formas, estén representadas todas las religiones del mundo. Sólo las religiones que prediquen el bien y el amor al prójimo como elemento fundamental de su doctrina podrán tener sus símbolos en el nuevo dinero. Debe ser un papel moneda sagrado y bendecido antes de que entre en circulación y ser destruido, cuando llegue su tiempo, en hornos especiales herméticamente sellados por donde no haya fugas de elementos nocivos e infernales. Esa incineración deberá hacerse en sitios muy abiertos, donde previamente fueron construidos los hornos, a las tres de la madrugada, hora de Satán y hora en la que salen a deambular los demonios, durante el mes treinta y tres después de su confección y entrada en circulación del dinero bendito. O sea cada dos años y nueve meses. ¿Muy costoso?... ¡Por Dios, si con eso te libras del demonio, qué importa! Los billetes quemados deberán ser repuestos inmediatamente por otros nuevos, previamente bendecidos y no contaminados por las bacterias satánicas.
   Por ahora recomiendo a todas las personas del mundo y de las diferentes civilizaciones, las de ahora y las que vendrán después de esta, que no porten dinero en sus bolsillos mientras no se solucione el problema o se tomen las medidas drásticas que señalo. Y si deben llevarlo en sus bolsillos, carteras o guardarlos en casas, que sean en muy, pero muy pequeñas cantidades, porque ese dinero es el alimento de Satán. Y al alimentar al demonio también estás alimentando y corrompiendo tú alma y espíritu hacia lo maligno y perverso. No le des ese gusto. Al hacer lo aquí indicado pronto verás un cambio muy positivo y radical en tú espíritu y alma y, a la postre, en toda tu vida, la cual será bendecida. El gozo interior que tendrás será indescriptible, pleno de felicidad y pureza inmaculada. Estarás protegido por siempre y ningún mal habrá en ti mientras vivas. Al ser purificado podrás ayudar a otros a lograr la purificación. Es un inicio, lento, pero un inicio al fin. Hasta la creación del universo comenzó por un pequeño inicio, ahora es más que infinito.


   Hay que tomar conciencia. El demonio existe y está entre nosotros camuflado en el papel moneda. Aunque tiene otros disfraces, ese es su preferido. El que le ha hecho merecedor de más crímenes, asesinatos, muertes inútiles, suicidios y guerras de exterminio en nuestro planeta. Debemos transformar el papel moneda en misericordia, compasión, clemencia, piedad o si no el nos transformará a todos nosotros, los humanos, en escoria diabólica y pestilente. En ese momento, el cual podría estar muy, pero muy cerca, el mundo sería Imperio de Satán y cuartel general del maligno. En ese entonces no habrán santos, vírgenes y ángeles que los salven porque habrán emigrado a otros Mundos Paralelos porque este, la Tierra, será el Infierno.

©Diego Fortunato



lunes, 25 de enero de 2021

EL PENSAMIENTO DE LAS COSAS INANIMADAS©


  Todos piensan. Hasta el mundo, el planeta Tierra, piensa. El pensamiento no es atributo exclusivo de los hombres. Los animales piensan, los microbios también. Lo que sucede es que la ciencia humana todavía no ha llegado a la capacidad de interpretarlos. Eso no significa que no piensen. El aullido de un perro, por ejemplo, lleva implícito un pensamiento. El ladrido también. El perro piensa y decide si aullar o ladrar. Es una decisión propia, de su naturaleza. También toma la decisión si ésta, o tal o cual noche, puede dormir tranquilo o no. Si su amigo-padre adoptivo (hombre o mujer) regresa temprano a casa, piensa y decide dormir temprano. Si al observar el comportamiento de su compañero-adoptivo advierte que esa noche se irá de fiesta, piensa y decide que no podrá dormir tranquilo hasta que no regrese porque deberá vigilar la vivienda, su hogar. Y así, como el ejemplo anterior, hay millones de ejemplos que dan fe de su real e inobjetable pensamiento.




  Pero ese no es el motivo de este somero estudio deductivo, sino el pensamiento de la materia inanimada, de las cosas sin movimiento aparente al ojo humano, ya que todo en el universo tiene su ciclo evolutivo y su movimiento, al igual que gira la Tierra bajo nuestros pies sin darnos cuenta. Lo mismo que giran las galaxias sin siquiera verlas. Todo gira. Todo se mueve y si se mueve piensa. El universo piensa. Nuestro planeta piensa. Todo a nuestro alrededor piensa. Aunque nosotros aún no hemos descifrado la naturaleza de ese pensamiento, no por ello podemos afirmar que no piensan. No hay comprobación científica en ninguna de las dos vertientes. No se ha demostrado que no piensan como tampoco que sí piensan. Entonces queda una duda razonable.
  Lo que si es cierto e inobjetable es que el propio ser humano está en constante movimiento y evolución. Faltan muchos siglos para llegar a nuestra madurez evolutiva y mental, por eso aún no comprendemos muchas cosas. Vendrá el momento. Quizás dentro de tres o diez mil años más de evolución, quién sabe. Quizás un poco antes. Quizás mucho después. Tardamos tanto en evolucionar desde el hombre de las cavernas hasta hoy, que nadie sabe con precisión matemática cuántos siglos tendrán que pasar para que se concluya nuestro ciclo evolutivo. Nuestra inteligencia, la de todos los seres humanos, todavía está en pañales. Apenas ahora descubrimos algunos secretos, los elementales principios básicos del genoma humano. Hoy en día apenas se sabe el diez y siete por ciento de su verdadera y real función. Quién sabe cuánto tiempo tardarán nuestros científico y sabios terrestres en descifrar todo los códigos en el implícitos.




  Pretendemos saberlo todo y nos lanzamos a explorar el universo cuando siquiera sabemos cómo funciona nuestra mente y porqué. Apenas utilizamos una minúscula parte de las funciones cerebrales inherentes al conocimiento humano. Lo demás está dormido, a la espera de ser descubierto. Todo el hemisferio derecho del cerebro humano, en el común de los casos, pareciese no existir, ya que muy, pero muy pocos seres humanos en el mundo, utilizan una ínfima parte de ese órgano vital para la inteligencia.
  No sabemos nada de nosotros mismos y en nuestra ignorancia pretendemos ser los sabios del universo. En realidad no somos nada, excepto una microscópica partícula que vaga a la deriva en el cosmos.
  

  Por eso no se perturben a leer mi afirmación de que la materia inanimada piensa. ¡Piensen y verán que estoy en lo cierto! Las piedras también piensan. Los árboles piensan. Tienen vida sabia y propia, y la madera que es cortada de ellos, tampoco muere, y también piensa: Un tablón sigue pensando como cuando tenían vida. Lo mismo la mesa o la silla que con el construirán o construyeron. Una gota de agua piensa, aunque ella se mueve y transforma. Para lograr esa transformación debe, por principio básico, pensar primero. El viento, aunque también se mueve y tiene vida propia, también piensa. Así como tu cucharilla de café, sea de hojalata, acero, níquel, oro, plata, porcelana o cualquier otro material, también piensa. Tú sopa piensa y los tubérculos, arroz, pasta, fideos o lo que tenga dentro, como pollo o carne, también piensan. Piensan cada uno por separado. O sea, el tubérculo piensa en lo que el debe pensar. El arroz también, así como la pasta y fideos. Y, por supuesto, si la sopa es de pollo, la presa o anca de pollo, aunque esté bien muerto, también piensa. Lo mismo sucede con la carne, sea de vaca, cochino, caballo o de lo que sea. ¡Piensa! Piensan en sus ancestros. En sus padres y madres y en los que les deparará el futuro. Piensan en lo felices que eran mientras pastaban en el campo. Piensan en el hermoso cielo que veían sobre sus cabezas cuando estaban vivos. Piensan en la miserable vida que les tocó vivir. No hubo paz para ellos sino tormento. Pero, y esto es real, aunque suene ilógico e incoherente, los mismos fideo, tubérculos, pollo, res, cochino o lo que hayamos comido siguen pensando, esta vez con alegría, en la nueva función que la vida les deparó, que es la de alimentar y hacer crecer sano y saludable a un ser humano, sea este bebé o no, y darle subsistencia, ya que si no lo hubiesen ingerido morirían irremediablemente de inanición. Su función es glorificada y los alimentos ingeridos se sienten paladines del bien y la justicia. Pero, aunque parezca insólito decirlo, hay que decirlo. Luego de producido el milagro de la absorción de los alimentos y lo ingerido haya cumplido a cabalidad su función, la materia fecal que es desechada de nuestro cuerpo por el ano, también piensa. Piensa, razonablemente, que no es un desecho, si no que va a cumplir con otra misión del ciclo de la vida. O sea, dicho de otra manera y con otras palabras, la mierda también piensa. Piensa que va a cumplir un importante ciclo de vida para el ser humano, como es la creación de bacterias y otros microorganismos esenciales para la existencia del hombre, que sin ellos moriría. La otra función de la mierda, quizás la más banal, pienso yo, y creo que la mierda lo piense igual, es la de convertirse en abono.




 Y así el ciclo continúa en espiral hasta nunca acabar mientras exista vida en el universo, que es tan infinito como la estupidez humana si no toma en serio lo que aquí describo y trato que se comprenda.
 Recuerden, todo piensa porque sin el pensar todo sería estático y sin movimiento no hay vida y sin vida no existiría el pensamiento, incluso de las cosas inanimadas. No sería la muerte, sino el fin de la materia. ¿Entendido?
 Y ya que toqué el tema de la muerte, debo decirles con toda la autoridad y claridad que mi condición de pensador me confiere, que hasta los muertos piensan. La gran mayoría piensan dulce y alegremente en la función que les tocará vivir en el próximo Mundo Paralelo donde será trasladado por función anímica y corporal, la cual describiré en otra oportunidad. Mientras los muertos, todo los muertos del mundo, esperan llegar a ese otro Mundo, cumplen con disciplina militar su trabajo todavía terrenal dos metros debajo tierra. Este consiste en su descomposición y recomposición de materia en otros seres vivos e inanimados que también piensan. El ciclo, como dije anteriormente, nunca termina.




Podría estar citando ejemplos sobre el pensamiento de la materia inanimada durante días y llenar muchas, pero muchísimas páginas, las cuales podrían confundir al pensador que va a leer y discernir sobre estas cortas líneas. Para comprender lo elemental del pensamiento no hacen falta grandes tomos o enciclopedias, no sería didáctico ni provechoso para el pensamiento humano masivo. Lo único que hace falta es abrir la mente. ¿Usted cómo la tiene?

 

©Diego Fortunato