lunes, 5 de diciembre de 2011

LOS NIÑOS LUZ©




   Posiblemente unos pocos ya estén entre nosotros y no nos hemos dado cuenta. No obstante sus nacimientos pronto se multiplicaran por todo el orbe. Serán tantos, que no será difícil reconocerlos. Son los Niños Luz, seres casi divinos que aparecerán sobre la tierra con una única y sublime misión: conducir a la humanidad hacia la Tierra Nueva. A una concepción más espiritual y menos materialistas del mundo. Buscarán convertir al hombre en un ser más humano y menos en insensato depredador.
   Los Niños Índigo y Cristal fueron los pioneros. Los encargados de abrirles el camino a los Niños Luz para que el shock humano ante su presencia sea menos perturbador y más aceptable.
   Los Niños Luz, que por muchos serán llamados Elegidos de Dios, son seres de sensibilidad casi divina, muy parecidos a los que nosotros imaginamos como son los ángeles. Poco a poco, muy despacio y con acciones ejemplarizantes, irán reeducando, en todo el estricto sentido de la palabra, a la humanidad hacia la vida espiritual. Le irán despertando la parte del cerebro donde mora su espiritualidad, la cual está adormecida hace milenios.
  Como anunciamos en otro Evangelio Sotroc (ver EL ALMA DE LOS MUERTOS VAGA POR EL ESPACIO), los Niños Luz son seres de una inteligencia espiritual súper avanzada, ética y moralmente alejados de los principios materialistas que desde hace muchos siglos están acabando con el verdadero sentido de vida del ser humano.
   Los Niños Luz nacerán por todo el planeta. En cualquier país o rincón del mundo y serán concebidos por el vientre de cualquier madre común y corriente. En apariencia, serán iguales a los demás niños, pero con mentes muy evolucionadas. En sus nacimientos no habrá ninguna discriminación y toda mujer podrá gestarlo sin importar su pasado o presente.

   Su denominador común es transformar al hombre para conducirlo a la añorada Tierra Nueva, donde imperará la igualdad, libertad y justicia más absoluta.
   Desde tiempos inmemoriales San Juan lo reveló en forma clara en el capítulo 12:36 de su evangelio. Creed en la luz para que seáis hijos de la luz. Estas cosas habló Jesús, escribió haciendo referencia no sólo a poder divino de Dios sino también como un anuncio de la vendida de los Niños Luz sobre la tierra. En la Biblia hay muchísimas alusiones y referencias al respecto.


   En  la novela La Estrella Perdida igualmente se deja evidencia de que esto sucedería: “…no terminó de decirme el asunto de Los Elegidos. Usted habló en la reunión de un supuesto Evangelio inédito de San Juan y del actual capítulo 12:36, donde se habla de los hijos de la luz y del papiro trascrito por el profesor Gagliardi que dice como testigo fiel el cielo, nacerán con aura de cristal los nuevos ungidos. El día que el sol ilumine delante de mí serán esparcidos por toda la Tierra”.


   Sea como sea, una cosa es inobjetablemente cierta. Los Niños Luz nacerán sobre la tierra, tal como ya hace bastantes años nacieron los Niños Índigo y los Niños Cristal. En aquel entonces, alrededor de ellos se tejieron un sin número de especulaciones y muchísimas “maldiciones”. Entre otras cosas se les calificó de desadaptados, de niños excepcionales con problemas de conducta. Nada más lejos de la verdad. Hizo falta un buen tiempo para que psicólogos y estudioso comprendiesen su verdadera naturaleza.
   Al principio sucederá lo mismo con los Niños Luz y con quienes sostengan sus dones divinos.
   La realidad es que ya están aquí. Se han comenzado a mostrar muy despacio a fin de evitar alboroto innecesario a su alrededor. Ese no es su propósito, sino llevar a la humanidad hacia un nuevo amanecer. Un mundo nuevo, totalmente espiritual alejado de la codicia, ambición y las guerras producto del voraz materialismo. Una Tierra Nueva donde imperará la justicia y cuya única meta de existencia será el amor al prójimo.


   La Tierra Nueva se convertirá en un bloque homogéneo constituido por todas las naciones de nuestro planeta. Será un único país. Las fronteras dejarán de ser las líneas imaginarias que dividen estados y se convertirán en una triste remembranza de la codicia y afán de conquista y sumisión del hombre.
   En fin, veremos el nacimiento de un mundo sin odios y rencores. Sin maldad ni egoísmos y apartada de toda violencia. Una Tierra Nueva lleno de paz y amor, donde la verdad y la fe serán los principios más absolutos del ser humano. Donde no existirá las desigualdades sociales y la pobreza apenas el triste recuerdo de una civilización déspota, sanguinaria y cruel.
   El día está cercano. Sólo hay que esperar. ¿Será un hijo tuyo un Niño Luz?


© Diego Fortunato







lunes, 21 de noviembre de 2011

¿QUÉ ES EL ALMA?©



  El alma es la conciencia de ti mismo y de Dios envuelta en al nada. Cobijada en la nada más absoluta de tú propio ser, que también es parte de la nada infinita y del todo de la conciencia consciente de tú propia existencia. Es la luz y energía del ser.
   Me explico: el alma es la presencia etérea de tu existencia y de Dios dentro de ti mismo. No puede verse ni tocarse y mucho menos pesarse, pero si oírse. No se puede ver, tocar o pesar porque es etérea. O sea impalpable, incorpórea, inmaterial. Pero si oírse. Es la voz de tu propia conciencia. Es la palabra muda que te habla desde lo más profundo del corazón, porque el corazón sí habla cuando el cerebro se lo ordena, igual como sucede cuando mueves un brazo, caminas o abres o guiñas un ojo. El cerebro ordena primero. Luego viene el movimiento, la acción, el sentimiento, el pensamiento, el dolor, la alegría, el sufrimiento y todo lo demás que sientes y percibes.
   Todo en el universo tiene alma. Hasta los animales y la materia inanimada, la cual también piensa (Ver Evangelio Sotroc EL PENSAMIENTO DE LAS COSAS INANIMADAS, EL ALMA DE LOS ANIMALES, ¿QUÉ PIENSAN LOS ZANCUDOS?, EL UNIVERSO NOS HABLA y EL LENGUAJE DE LA MATERIA VIVA).

   El alma, en fin, es parte de ti mismo. Es el todo que integras junto a tu cuerpo, al planeta donde vives y al universo que habitas y del cual formas parte importante y vital. Y aunque parezca paradójico, también es parte de la nada infinita, pero vive y siempre seguirá viviendo mientras exista un átomo de energía en el universo.

   El alma es indestructible, indisoluble e inamovible. O sea que no se puede mover de dónde está. Menos destruir o disolver, aunque sí expandir ya que cuando muere el cuerpo o materia en el que mora, se transforma, al igual que el mismo cuerpo, en energía pura y cambiante.
   Y otra de las grandes paradojas de la vida y del ser es que todos los humanos hablan de alma sin haberla nunca visto o tocado, pero si presentido. Por ello nadie niega, siquiera el científico más extravagante del mundo, su existencia, aunque muchos investigadores buscan su comprensión y descomposición, pero el alma no se puede desintegrar en un laboratorio, menos analizar, ya que no se puede estudiar lo que no se ve.
   El pensamiento no se ve. Tampoco se puede pesar o tocar y, sin embargo, nadie duda de su existencia. Lo mismo sucede con los sentimientos y las emociones, sólo para citar ejemplos simples y contundentes. ¿Por qué entonces dudar sobre la existencia del alma? ¿Por qué no concederle todas sus virtudes de vida? ¿Por qué no alimentarla y encariñarla? ¿Por qué tanta reticencia?

   Aunque algunos estudios busquen empíricamente demostrar que el alma tiene un peso específico, eso no es real. Carece de fundamento ya que todas las almas son diferentes. Y, por ende, no pueden “pesar” igual, de la misma forma que un cuerpo humano cualquiera tiene diferentes pesos y medidas. Un bebé pesa de una forma y un obeso adulto de otra. Tienen diferentes pesos. Puede haber pesos similares, pero esa ecuación no puede aplicarse a toda la vida humana existente en el planeta Tierra. De tal manera, si supuestamente el alma podría pesarse, la de un niño de un año no podría jamás pesar como la de un gordo de ciento cuarenta kilos de peso corporal.

   Además, el tamaño del alma no tiene nada que ver con el peso de la persona, sino con sus acciones. Digo esto porque algunos estudiosos han afirmado que después que una persona muere su peso corporal varía en algunos gramos. Eso es cierto, pero no se debe “al alma que escapa del cuerpo”, sino a otros factores biológicos que no es mi intención explicar en este momento.
   Repetiré: el alma es el todo en la nada infinita. Es, al mismo tiempo, el todo y la nada consciente. Es la energía cambiante y viva, pero invisible. El motor de tus pensamientos y sentimientos. Tus ideas y el aliento que te da vida. El Dios que vive dentro de ti y parte de la nada infinita y de la conciencia consciente de tú propia existencia. Es lo absoluto e indisoluble. La luz de la vida… ¿Ahora crees?




©Diego Fortunato




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lunes, 24 de octubre de 2011

EL 11©





   Todo lo que ha de suceder sucederá y será un día 11. Un día 11 o alrededor de todo lo que se relacione o parezca a ese número o su simbología. Fuere como fuere, no obstante y a pesar de todo, el número 11 estará siempre claramente presente.
   No voy a hacer en este evangelio un recuento bíblico-histórico o de la edad contemporánea de todo lo que ha acontecido un día 11. No es el motivo de esta revelación, como tampoco la de causar alarma o desasosiego, sino de instruir para que la humanidad espere ese día 11 en que todo acontecerá, con paciente misericordia y paz en sus corazones. De todas formas sucederá. No vale la pena inquietarse porque la inquietud y el temor nublarán vuestra razón y entendimiento.
   ¿Qué pasará?... ¿Eventos apocalípticos oscurecerán la vida del hombre? ¿Un gran desastre nuclear o natural? Siquiera un quizás sí o un quizás no, me está autorizado decir. No diré ni adelantaré nada, porque nada está permitido revelar. Sólo me es consentido decir que acojan con paz, armonía y amor los acontecimientos que vendrán.


   ¿Y por qué un día 11?... ¿Qué tiene que ver el número 11 con lo que deberá acontecer? Como iniciación, para que comiencen a realizar sus propios estudios y deducciones, les diré que el 11 es la armonía e igualdad perfecta. Es la divina proporción. Son las dos líneas paralelas que nunca se tocan y marchan con sutil paz hasta más allá de la nada. El 11 representa la pareja y la perfección y, al mismo tiempo, la dualidad y sus contrapartes, como el bien y el mal, el amor y el odio, la paz y la guerra, la luz y la oscuridad. El 11 es, igualmente, el todo y la nada, aunque transite hacia la nada solitaria y silente.
   El 11 es el once porque es rectitud de pensamiento y aunque las dos líneas que lo conforman marchen por vías distintas y separadas, van paralelas en su camino de la nada infinita.


   Por eso el 11 es tan importante, aunque hay otras realidades por las cuales es el 11 y no otro número el escogido para simbolizar el día en que todo lo que habrá de acontecer acontecerá. Aún no puedo revelar el porqué y cuándo. Lo haré si mis días en la Tierra se alargan hasta la víspera del día en que todo lo que habrá de acontecer acontecerá. Por ahora esperen y cultiven paz, amor, misericordia y armonía en sus corazones porque el día en que todo lo que habrá de acontecer acontecerá y será un día 11.

 

© Diego Fortunato

sábado, 6 de agosto de 2011

EL SUEÑO DEL FIN DEL MUNDO©


   No sé si será cierto o si será el fin. Lo cierto es que lo soñé y lo viví con tal intensidad que creí que era real. Me conmovió tanto, que un gran éxtasis me embargó y de pronto, sin querer, desperté en sobresalto. Eran las 5:12 de la madrugada y excitado por una leve taquicardia, pensé en todo lo que vi. Antes de relatarlo, aclaro que pasaron tres días desde que lo tuve. Hoy he decidido transcribirlo. Los recuerdos, la mayoría de ellos, son precisos aunque por instantes aparecen en mi mente vagos e indefinidos. No tenía intención de contárselo a nadie y menos en público. Como los sueños sueños son, lo había dejado al olvido, abandonado en los recovecos de la memoria, pero hoy un impulso incontenible e inexplicable en palabras humanas, me obliga a relatar el sueño que tuve sobre el fin del mundo o de la humanidad, qué sé yo, pero, al fin y al cabo, el fin, el fin verdadero, y de eso estoy más que seguro y no lo puedo olvidar.
   Hoy es 22 de julio de 2011 y cuando comencé a escribir estas líneas eran las 5:22 de la tarde. Aunque apenas pasaron tres días desde que tuve el sueño revelador, sólo lo más importante permanece en mi memoria. Lo demás lo olvidé o está escondido en alguna caverna del subconsciente. No sé si porque así lo quise yo y así se lo ordené inconscientemente a mi memoria o, por el contrario, porque así lo quiso Dios. De corta memoria no soy, de eso estoy seguro, ya que puedo recordar, casi al detalle, acontecimientos cortos o largos en el tiempo que he vivido y que me tocará aún vivir. Pero eso nada importa ahora. Lo importante es que el sueño del fin del mundo ocurrió dentro de mi sueño a las 5:11 de la tarde de un día cualquiera, y que al final del sueño, cuando desperté sobresaltado, eran las 5:12 de la madrugada, hora que marcaba mi teléfono celular. Lo sé con total certeza, ya que lo tomé enseguida que me incorporé de la cama para ver qué hora era. Eso lo recuerdo con precisión matemática. Ahí no cabe ninguna duda. Esas fueron exactamente las horas.
   O sea, repito, que lo que habrá de ocurrir, si ciertamente ocurrirá algún día, acontecerá a las 5:11 de la tarde, hora de la Tierra.
   Sin más preámbulos voy al sueño en sí mismo. No le agregaré ni le quitaré nada. Qué Dios me conceda la gracia y la sabiduría de poder relatarlo en toda su fidelidad e ilumine mi intelecto y conceda las palabras adecuadas para poder realizar su proba descripción.



   Recuerdo que estaba en un lugar que no sé dónde se encuentra, pero que al mismo tiempo que me era extraño, era también familiar. Conversaba con un amigo en la parte trasera de una iglesia enclavada en todo el centro de ese lugar, que muy bien podría ser un pequeño poblado de montaña. La iglesia estaba ubicada en su centro, donde comúnmente están emplazadas las plazas de los pueblos. Todo el paisaje, todo el panorama que veía desde allí y la misma iglesia, sus paredes, contornos, las aceras que lo rodeaban y hasta mi amigo y yo y las ropas que vestíamos eran de un beige claro, muy sutil y totalmente relajante. Tanto, que irradiaba paz en el aire. Mi amigo y yo hablábamos más que nada de cosas intrascendentes y de algunos pequeños negocios, como el de fundar un modesto periódico semanal. De pronto yo me alejé un poco de él porque al mirar hacia el cielo por un resquicio que había entre un grupo de árboles, cuyo color eran de un verde amarillento, vi algo extraño que se movía entre las nubes, también de un color beige desteñido. Lo que vi me sobresalto un poco. Enseguida me calmé porque creí que había sido una ilusión óptica o una travesura de la imaginación. Aunque estaba intranquilo, volví a dirigirle la mirada a mi amigo, quien no se había percatado de nada de lo que ocurría en el cielo. Pasados algunos segundos volví a mirar y vi algo muy negro, de un azabache puro y reluciente asomarse y engrandecerse entre las nubes. Seguí mirando aquella extraña y curiosa mancha. Desde ese instante no le quité la vista ni por un segundo y lo vi transformarse velozmente en un manto negro, parecido a un gran tapiz triangular, brillante y fino como la seda, el cual comenzó a ondear como serpiente, aunque no tenía cola ni cabeza. Mientras iba raudo en su carrera hacia quién sabe dónde, el cielo inició una alucinante metamorfosis y grandes nubes, primero color beige y luego de un gris tan mortuorio como un camposanto, fueron girando una sobre otras como si se tratase de una gran avalancha que caía desde el oculto infinito. Eran rocas de nubes. Unas grandes, otras más chicas, pero igualmente amenazadoras. Todo sucedía en forma silente pero veloz como un rayo. Ni un grito. Nada se escuchó. Ni cerca ni en la lejanía. La furia de las nubes era aterrante. El viento silbaba murmullos que yo no conocía ni sabía descifrar. Eran palabras, palabras de ánimas vivientes. Un lenguaje que sólo los ángeles saben interpretar.


   Definitivamente, algo anormal estaba pasando más allá del cielo. Mi amigo pronto también se dio cuenta de aquello, pero tampoco dijo anda. En el lugar, el que podría definirse como un poblado fantasma, todo seguía igual, callado o ya muerto. Yo estaba intranquilo, pero al mismo tiempo imbuido de una misericordiosa paz. No sé en qué momento vi a la izquierda de donde había aparecido el manto negro de serpiente y observé una gran bola que rasgaba el cielo con dirección a la Tierra. Era del mismo tamaño y tan redonda como la luna, pero no era la luna misma, sino otro astro. Quizás un planetoide, quizás un gran meteorito. No lo sé. Sólo sé que era muy, pero muy grande y se avecinaba a la Tierra a velocidad infernal mientras tras de sí dejaba una estela de fuego. Lo extraño de esa gran bola o masa circular que bajaba desde el infinito a velocidad abismal, era su configuración. Su parte central, la cual se difuminaba hacia los laterales, era blanca, de un blanco tan puro como la nieve, que al llegar a los costados, o sea a estribor y babor, para utilizar una terminología náutica, se convertía en color negro azabache. Sus polos, o lo que podríamos llamar su proa o parte delantera, era llameante y escupía fuego, así como en su popa, o parte trasera, de donde emergía una cola, no grande, sino más bien pequeña. ¡Es el fin!...Ahora sí es el fin, pensé. Mi amigo había quedado petrificado. Voy a buscar a mis hijos. Trataré de llevarlos hacia La Gran Sabana, le dije mientras el cielo y las nubes seguían en su pandemónium mortal. De pronto mi amigo ya no estaba y yo me vi caminado a un costado de la iglesia, hacia una calle que no sé dónde llevaba, mientras una lluvia gris comenzó a caer a borbotones del cielo.


   Caminaba cabizbajo a fin de evitar la lluvia en rostro y ojos, pero un impulso me hizo ver hacia arriba otra vez y vi grandes montañas, una muy semejante a El Ávila caraqueña, dejando salir de sus entrañas grandes, muy grandes cantidades de agua transparente como el mejor cristal, porque pese a la grandes cantidades que al parecer expelía de su cuerpo, la masa de la imponente montaña podía verse en todo su brillante verdor y, a veces, en opaco vigor. Parecía estar llorando. De momento percibí que la montaña sollozaba. A su derecha, a la derecha de El Ávila, había otro grupo de montañas, las cuales no pertenecían para nada a la Cordillera de la Costa, más bien semejaban Los Himalayas, porque estaban parcialmente cubiertas de nieve y la gran cantidad de agua que salía de sus entrañas habían lavado y derretido parte de ella. Esas montañas no tenían nada verde. Su cuerpo era solo de rocas grises y oscuras como el plomo, las cuales también lloraban y mucho. Era como si alguien dejase una esponja debajo de un chorro de agua y al ya no poder absorber más líquido, la esponja iba resumiendo el agua en forma cristalina dejando ver perfectamente la materia de que estaba hecha. Es el fin, me repetí mientras iba a paso apresurado en busca de mis hijos. Ojalá pueda llegar con ellos a La Gran Sabana, me decía, pero no había angustia en mi ser, sino una angélica paz y aceptación de lo que, indefectiblemente, devendría. No tenía miedo. Mi único pensamiento estaba centrado en salvar a mis hijos de la hecatombe, bajo la ilusoria presunción de que por encontrase La Gran Sabana en sitio tan aislado, lejos del mar y siempre en dulce armonía con Dios, sus tierras y tepuyes podría escapar de la furia de lo que acontecería… Del fin. Del regreso a la nada. Con ese pensamiento en mi mente desperté a la vida terrena nuevamente. El sueño se había esfumado y yo bastante excitado por lo que el sueño me había contado. Despierto, pero con los ojos bien cerrados, pensé un rato más en ello, en lo que vi, en el fin del mundo, en la destrucción total, y pronto quedé dormido nuevamente. Volví a despertar bien entradas las ocho de la mañana y el sueño seguía allí, en mi mente. No le hice caso y seguí con mis quehaceres diarios hasta hoy, que lo estoy relatando. Creí que lo había olvidado, que se había refugiado en los laberintos del subconsciente, pero no fue así. Está aquí, en mi mente, y creo que nunca más me abandonará. Yo no tengo miedo. Le doy la bienvenida. No me asusta. Mi alma está en paz. Que el sueño se quede donde quiera. Será siempre bienvenido porque cuando ha de ser, el fin será, sea sueño o realidad. Dios está conmigo, no temeré.
 

                                                                               Diego Fortunato©



martes, 14 de junio de 2011

CLONES CÓSMICOS©

  
   Si la humanidad quiere estar tranquila y dejar de pensar durante los próximos milenios en qué somos, de dónde venimos y debido a qué y por qué motivo estamos aquí, es preferible que imagine que fuimos creados por un Dios Todopoderoso y Omnipotente, llámese como se llame y pertenezca a la religión, doctrina o creencia que quiera o de su preferencia. Por ahora es lo más coherente para el sustento de una vida sana, armónica y sin complicaciones, porque pensar en lo contrario sería divagar sobre inciertos, ya que del “comportamiento” del universo los científicos creen que saben apenas el cinco por ciento o, tal vez, mucho menos. De su creación absolutamente nada. En nuestra ingenua ignorancia atribuimos su formación a un supuesto big ban del cual tampoco sabemos absolutamente nada. Sólo conjeturamos, especulamos, ya que a pesar de las múltiples teorías y explicaciones pseudos científicas -y las califico de tales porque no admiten ni la más elemental demostración-, nadie sabe de dónde salió la energía (por más ínfima que se nos quiera hacer creer que era) que ocasionó el big ban. No hay siquiera presunciones de cómo y dónde pudo formarse esa energía. Qué o quién creó el supuesto primer átomo. Cómo lo hicieron y debido a qué fue creado. ¿De la nada? ¿Salió de la nada como por arte de magia? ¿Fue la creación del universo un acto de magia divina? No, por supuesto que no. Es algo un poco más complicado.


   Al no haber o existir (quizás durante los próximo milenios tampoco la habrá) una explicación válida y científicamente comprobable, todas las teorías, por más audaces y aparentemente científicas que parezcan, carecen de comprobación y por lo tanto son meras especulaciones, presunciones que buscan empíricamente acercarnos a una supuesta “realidad” que nadie conoce. Hasta los momentos nadie ha aportado pruebas, ya que carecen de ellas, donde no exista ninguna duda razonable sobre la creación del universo. Por eso, por ahora, sólo por ahora, es mejor atribuirle a un Creador invisible, a un Dios Todopoderoso, la formación del universo infinito. Mucho más porque hace apenas “días” pensábamos que el universo se estaba contrayendo y de repente nos percatamos de que es todo lo contrario: el universo se expande en todas direcciones tal como si fuese una gran masa de harina leudada, la cual en el proceso está separando de su centro a galaxias, estrellas, agujeros negros y planetas enteros hasta quién sabe cuándo y por cuánto tiempo. Algunos teóricos dicen que si la expansión sigue de esa forma tan acelerada, dentro de miles de millones de años no sólo no habrá posibilidad de ninguna vida en el cosmos sino que el mismísimo universo desaparecerá envuelto en una gran masa de hielo. Todo se esfumará. La vida y la muerte desvanecerán. Los días y las horas. El espacio-tiempo y con este estrellas, galaxias, planetas y todo lo que more en el oscuro e infinito universo. Todo se evaporará sin que podamos hacer nada. Todo se apagará y sólo la nada infinita subsistirá.


   Quizás está irremediable realidad podría cambiar si logramos explicarnos y domeñar la energía oscura, que es la que le da vida y sentido al universo. Por ahora apenas sabemos que domina el noventa y cinco por ciento de las funciones de todo el cosmos. Si no lo conseguimos todo se habrá perdido ya que sólo a través de esa energía oscura y otra, a la que denominaré energía oculta, se podrá llegar a la comprensión de que existe otro universo semejante y paralelo, o mejor dicho, otros universos paralelos. Algunos similares al nuestro, idénticos. Una suerte de clones cósmicos. Otros, con ligeros cambios en su forma y en su energía din, que es una forma de energía derivada de la energía oculta, la cual es maleable y transformable en energía pura y cambiante dado su alto grado de absorción atómica y por tener su propio centro magnético. De esa energía también se deriva la energía etérea, la cual tiene la capacidad de deformarse en una especie de gas que a su vez se convierte en luz, la cual al ser procesada por la naves ips que fabrican los Puentes de Luz en el espacio, es vuelta a expulsar de sus máquinas convertida en luz sólida y resistente. (Ver Evangelio Sotroc EL PUENTE DE LUZ).
   Hoy es casi inimaginable pensar en esos universos paralelos, semejantes al nuestro, al que conocemos hoy en día, aunque vislumbramos algunos detalles de su forma y contenido. Y, repito, no sólo hay uno sino varios, y son tan idénticos a nuestro universo como la copia fotostática de un documento o dibujo cualquiera.


   Quizás les parezca una forma simplista de abordar el complicado tema del universo. Quizás piensen que es una desquiciada locura hablar de universos paralelos, de clones cósmicos, pero es una verdad inobjetable. Para el entendimiento humano utilizo formas sencillas de lenguaje. Es la única manera de diseñarlo para que se pueda captar con fidelidad un tema ciertamente muy, pero muy complicado. Una pista dejaré escrita en estás páginas para posteriores reflexiones: en el universo todo se repite y todo cambia. No hay constantes ni postulados eternos. Todo es una continua evolución y para que haya evolución debe, inexorablemente, haber cambios y transformaciones. Y en esos cambios muchas cosas se repiten, de igual forma como se repite la vocal a al escribir, simplemente, sobre un papel la palabra casa. Igual sucede en nuestra Casa Grande, en nuestra nave espacial que los humanos llamamos Tierra. Todo se repite en nuestro planeta. Hasta los humanos se “repiten”, tal como se repiten casi en forma idéntica las hojas de los árboles y los frutos que ellos nos prodigan. Tal como se repite el movimiento circulatorio de nuestra sangre o los latidos de nuestros corazones. Idéntica cosa sucede en el universo infinito y en nuestros Universos Paralelos. Es la espiral de la evolución y el cambio. De la energía que se transforma en otra energía. Sólo nos falta descubrirlo para nuestra total comprensión, pero para ello es necesario que trascurran miles de millones de años de nuestro calendario solar y otros cuantos cientos de millones más para que sepamos cómo funcionan y cómo podemos aprovechar la energía oscura del universo, el Genoma Cósmico. Allí esta escrito todo. Allí está la verdad y la vida.


   También nos harán falta otros miles de millones adicionales para saber en qué consiste la energía oculta y todas las virtudes de la energía din, la cual es esencia pura del Genoma Cósmico, de La Espiral Universal. ¿Les parece descabellado? Por ahora sí, y estoy consciente de ello. Igualmente decían que volar por los cielos con un aparato construido por el hombre era, sencillamente, una gran locura. ¿Lo era?



© Diego Fortunato

domingo, 24 de abril de 2011



La gran masa humana no va más allá del mono o del loro
INVOLUCIÓN: REGRESAREMOS©





   Muchos creen que vamos muy aprisa. Ciertamente es así. En las últimas décadas nuestro desarrollo tecnológico y científico ha avanzado a pasos agigantados. El progreso es descomunal. Eso es inobjetable. Pero existe un pero. Un gran pero que hace una abismal diferencia. Y es que no ‘vamos’, sino van. Me explico. La humanidad no ha evolucionado en su conjunto. Sólo lo han hecho algunas mentes brillantes. Sólo algunos seres humanos han evolucionado. La gran masa, el común de la gente, la mayoría de la raza humana, se ha quedado atrás, muy atrás. Otros, han retrocedido.
   Sigo explicándome. El hombre común y corriente de hoy en día, que en cifras forma parte de más de seis mil novecientos noventa y nueve millones de habitantes de los siete mil y algo más que tiene el planeta Tierra, se ha quedo atrás, rezagado y a la deriva de la ciencia y los avances tecnológicos. Muchos, incluso están, mental y evolutivamente hablando, todavía en el siglo XIX y XX. Otro grupo, muy grande y extenso, sin ánimo de exagerar ni ofender, en el siglo XVIII. Los hay de los que todavía están mucho más atrás, como ciertas comunidades indígenas de Australia, Asía, África, América y Oceanía y de algunos lugares remotos de Euroasia, como los Montes Urales y la Meseta de Siberia central, por ejemplo y sólo para citar algunos. O sea, que hay una total inconsciencia de la evolución en todos los continentes, sumando también a ellos la Antártida como un sexto continente, aunque, por ahora, no exista allí población autóctona y estable y esté limitada solamente a mantener algunas bases pesqueras, militares y de exploración científica.
   En fin y para ser específico, hay que puntualizar que el 99,99 por ciento de los habitantes del planeta Tierra se han quedado a la deriva de los avances modernos. Sólo saben que existen y usufructúan (o sea, emplean y aprovechan) los descubrimientos e inventos de unos pocos. De unas pocas mentes brillantes y evolucionadas. De unas mentes brillantes que están dentro del 0,1 por ciento del restante de la población, o sea setecientos mil habitantes, de los cuales cual apenas cien mil pueden considerarse verdaderamente brillantes. De ellos, sólo y exclusivamente de ellos, depende el progreso y desarrollo de la humanidad actual. Los demás son sólo fuerza de trabajo. Mulas humanas que efectúan, como máquinas, el trabajo encomendado.

  
  Apenas una mínima, pero muy mínima parte de esos seres humanos de la gran masa que constituye el 99,99 por ciento de la humanidad, saben cómo funcionan y porqué los aparatos que usan a diario, tales como neveras, lavadoras, teléfonos celulares o normales, televisores, aparatos de sonido, microondas, computadoras, telecajeros, dvds y sin fin de un largüísimo etcétera. La gran mayoría los emplea sólo para su “desarrollo” doméstico, sin comprometer en ello ni una minúscula parte de sus neuronas para saber el porqué y cómo hacen su “trabajo”.
   El humano sólo repite, tal como hacen los monos adiestrados en los laboratorios experimentales, los movimientos más elementales y esenciales para que funcione su celular, televisor o microondas, igual como el loro amaestrado repite las palabras o frases que su paciente dueño le ha enseñado. Todo es una repetición de conducta y movimientos robóticamente alienantes, donde el cerebro no funciona como la súper computadora que es, sino como un “artefacto” de ‘lecciones aprendidas’.
   La gran masa humana no va más allá del mono o del loro. Se está convirtiendo en una especie de degenerado y degradante reflejo condicionado animal. Quedó cegada, casi paralizada, ante la comprensión del porqué y cómo funcionan eso “aparatitos” que se convertirán y, de hecho se están convirtiendo, en su Babeo Mental de cada día. Dicho de otra forma menos grotesca, en un virus letal que bloquea su evolución real e integral. Un virus que a la larga y genéticamente hablando, les bloqueará las neuronas de la comprensión. Un virus que convertirá la cacareada neuroplasticidad del cerebro del hombre común en un bloque amorfo sin crecimiento, que se irá deteriorando, sin chance de recuperación, día tras día, año tras año, siglo tras siglo, hasta que el ser humano vuelva a su estado primario.

   Esta realidad nos lleva a concluir dos alarmantes destinos. A ese paso, si el hombre no se corrige y vuelve a estimular su imaginación y curiosidad natural e innata desde la niñez (¿recuerdan cuando de niños se les rompía un pequeño auto de juguete lo abrían para saber cómo funcionaba y buscaban repararlo? ¡Hay que volver a eso!), pronto tendremos una raza humana compuesta de eunucos mentales. Una especie de robots humanos que deambularán por la Tierra siguiendo estrictas órdenes de los amos del mundo: los señores de la sabiduría. El planeta y todo lo que se encuentre en el y más allá del espacio, será regido por las Mentes Brillantes.

   Bajo ese orden de ideas no hará falta para nada gastar dinero y esfuerzos científicos en clonar humanos porque los humanos serán clones de sí mismos y, sin siquiera saberlo o imaginárselo, seguirán las directrices impuestas por las mentes brillantes, que dominan la tecnología y la ciencia. Toda la humanidad será dominada por el 0,1 por ciento de los hombres, los Señores de la Sabiduría, quienes, numéricamente hablando, no llegan siquiera a cien mil personas de la siete mil millones que hay dispersas por todo el planeta.


   Ese es un escenario posible, quizás el mejor. Muy traumático y alienante, pero el menos dañino para la raza humana. El segundo es más catastrófico ya que sería la involución total. De mente, cuerpo y sociedad. Sería regresar a estadios primitivos, a la vida en comunas y tribus. Sería como un empezar de nuevo. Partir de cero y volver a comenzar. Volver a construir el desarrollo, los cimientos de la humanidad.
   Este se daría sólo en el caso hipotético de que por circunstancias anómalas, promovidas por la ambición y reparto de cuotas de poder (botín humano), las Mentes Brillantes entrasen en conflicto y comenzaran una guerra de exterminio entre ellos.


   No, no es nada descabellado. Ya, en pequeñas y aisladas escalas, se ha dado en varios sectores industriales. En fábricas automotrices, transnacionales de detergentes, industrias lácteas y grandes consorcios que se pelean el monopolio de medicamentos y psicofármacos. Algunos de esos conflictos, con ciertas variantes manejadas muy bien por los encargados de las relaciones públicas de esas empresas, han trascendido sin su dramatismo real a la prensa. Otro no. Se mantienen en el secreto más hermético.
   Pero, supongamos que a un grupo de esas mentes brillantes se le ocurre la “brillante” idea de ‘volar’ con un click de sus computadoras todos los sistemas eléctricos y de comunicaciones, incluyendo satélites, de un país. ¿Qué pasaría? ¿Ya se lo imaginaron? Y si sucede en varios países a la vez… El caos, verdad. Y luego, ¿qué ocurriría si deciden exterminarse unos a otros? ¿A dónde iría la raza humana? ¿Hacia qué despeñadero se precipitaría?... ¿Guerras y exterminio total? Y cuando acaben, con qué nos quedaríamos. ¿Arcos y flechas nuevamente?... Al irse los cien mil de la sabiduría con ellos se iría el conocimiento humano alcanzado hasta ahora y nosotros regresaríamos, en menos de un decenio, al primitivismo ancestral.


  
 Por ahora, dejemos de pensar en qué podría ocurrir. No es lo fundamental en este preciso instante. Lo importante y urgente es no quedarnos sentados viendo como el desarrollo nos pasa por encima, sino palparlo, absorberlo, comprenderlo y digerirlo en toda su magnifica esencia. De otra forma, volveremos a las cavernas. ¿Es lo qué quieren?




ATENCIÓN!... ¡ATENCIÓN! 

No se lo pierda


el texto completo de la novela URL, EL SEÑOR DE LAS MONTAÑAS, epopeya fantástica tan premonitoria con las obras de Julio Verne, donde se delinea el dramático destino que le tocará vivir a Venezuela. Como abreboca, abajo una pequeña sinopsis de la novela


SINOPSIS

   En una de las más fascinantes epopeyas contemporáneas, Url, El Señor de las Montañas, un ser dotado con poderes divinos, libra feroces batallas al lado de sus guerreros para salvar a su nación de las garras de La Fuerza del Mal, comandadas por el sanguinario dictador Adolfo Láchez, quien posee un entrenado y bien armado ejército de más de un millón de hombres. Para enfrentarlo, utiliza los poderes de El báculo de la Esperanza , un poderoso madero de gran fuerza destructiva que le fue legado por El Creador. Katria, una bella ex modelo, Longar, el soldado negro, Hatch, el guerrero petrolero y Kunato, el japonés estratega, son algunos de los héroes Libertarios que luchan a lado de Url en unas inhóspitas montañas enclavadas en La Cordillera de la Costa. El día de La Batalla Final , ocurrirá un acontecimiento que hará estremecer de miedo hasta a los más fieros guerreros.

© Diego Fortunato